martes, 23 de julio de 2013

Con punto de fuga/PARTE FINAL El haz de luz

Leyó sin parar hasta terminarlo, iba rápido pero a cada paso lo abrazaba repetitiva la sensación desalentadora de que ese texto no iba a ningún lado.

 Llegando a la pieza donde estaba Durruti a dos cuadras del puerto el tipo se vio venir el final. Mientras Flaudegger tocaba la puerta bajo el sol del mediodía, el tipo quiso dejar la lectura, hubiera preferido cualquier cosa a seguir leyendo. Pero no era por él que continuaba. El policial era el único texto que tenía terminado, como para llevarlo a ese lugar del que su dentista le había dicho "están buscando un escritor".
 Y Flaudegger finalmente encontraba a su escritor. Durrutti abrió la puerta y moviéndose con pesadez volvió a sentarse al colchón a medio pudrir que había en el piso. La pieza no era más que una caja de madera toda impregnada del salitre que el aire levanta del mar. Flaudegger y Durán entraban a duras penas entre el colchón, la única silla, la mesita y todo el desmadre de papeles. Durán se sentó en la silla con su cuaderno de notas. Flaudegger se paró justo detrás de él y preguntó
- ¿No salía su barco esta mañana, Durrutti?
 El hombre lo miró desde el colchón, con una expresión burlona en su cara sin afeitar.
- "Su barco" me dice... Sí, salió un barco esta mañana, varios barcos seguro, pero todos muy lejos de ser míos - Diciéndolo refregó con la mano su propio pecho y miró por la ventana.
 - Además - agregó perdido entre las pocas nubes con una sonrisa irónica - ya no existen barcos que vayan al Ades. Se extinguieron, los extinguimos. Como todo lazo con nuestros muertos.
 Levantó del suelo una pipa que recargó con tabaco y pitando esperó la próxima pregunta, que no tardó en venir.
- ¿Cuándo fue la última vez que vio a Elena Atelian? - Prosiguió Flaudegger con calma.
- Un segundo antes de que tocaras la puerta ella me miraba con sus brazos extendidos hacia mí, a una distancia tibia, indefinida, indeterminable, pero cada vez más cerca... - contestó el escritor en un tembloroso tono casi recitado, mientras los ojos se le esmerilaban. Luego trago saliva y su voz sonó desdeñosa - Y me despertaron ustedes, demasiado aburridos debo decirles - concluyó exhaló humo hasta que Flaudegger estuvo a punto de hablar, pero lo pisó adrede - ¿Sabén por qué nos desligamos de los muertos? Porque somos egoístas. Ellos atraviesan un umbral al que tanto tememos y del que tanto ignoramos... entonces elegimos desconocerlos, ahora que están muertos son otra cosa, sin valor, solo vale añorarlos en vida, solo vale su recuerdo. Pero así, muertos, no pueden tener sentido porque YO me tengo que sentir solo, abandonado. Solo los dejamos ser lo que fueron; y sufrir es el auto-flagelo de los que seguimos vivos. Una terrible imbecilidad ¿no?
- Si te molesta nuestra presencia te aseguro que respondiendo las preguntas vas a ver qué rápido nos vamos- Replicó Durán, impaciente, inesperado.
 "Era hora: por fin dice algo más o menos significativo" pensó el tipo. Acto seguido salteó una pila de renglones donde el diálogo continuaba estiradísimo. Y retomó la lectura en una línea al azar.
- En verdad, la mató un texto - Durrutti miraba a Durán, Flaudegger había quedado reducido a un pequeño segundo plano, a espaldas de su compañero que miraba sus notas.
 El escritor metió la mano debajo de su almohada y sacó una torre de hojas viejas y con olor a alcohol, transpiración, café, humedad y tabaco.
- ¿Cómo que la mató? - Preguntó Flaudegger mientras Durán tomaba las hojas que Durrutti le extendía.
- Si supiera lo habría impedido - Contestó y le mostró una sonrisa de odio.
 Durán sacó de su bolsillo y se envainó las manos con finos guantes marrones, tomó y hojeó rápidamente las páginas, las miró por distintos ángulos.
- Con su permiso vamos a examinarlo.
- Leanlo, está para eso. Ella no me creyó, pero lo escribí dormido.
 Se pusieron a leer ahí mismo. Era un cuento. El protagonista empezaba en la barra de un bar, conociendo a una mina que, con otros dos tipos, planeaban una estafa muy sencilla y cuchicheaban a su lado. Había uno que nunca hablaba. El tipo intervino con un buen aporte al plan y al momento quedó adosado al grupo, como si nada.

 Eso que acababa de leer, esa anécdota del bar, la habían inventado con la china y los muchachos para explicar cómo se habían conocido. En la continuidad de la lectura, encontró que el relato dentro del relato repasaba todos sus propios fracasos en el proyecto de escribir una novela, y hasta contaba que dormido el tipo escribía un policial donde Flaudegger y Durán buscaban a un escritor. Le resultó trucho aparecer ahí, qué repentino ataque auto-biográfico.
 Pero el texto llegaba al futuro, y le predijo que su trayectoria literaria errática se prolongaría hasta que escribiera un cuento de una pareja, una carta, un asesino en el armario; el cuento que él ya estaba terminando de escribir ¿Ese cuento? Tampoco era gran cosa...

Como sea, el policial decía que ese cuento era el que cortaría con su mala leche, cito textual una línea del policial, o, más bien, del texto que escribiera el protagonista del cuento que Flaudegger y Durán leían: "con cuchillos en mano abrieron el armario y los mató el haz de luz."
 Y también leyeron Flaudegger y Durán, al tipo llevando el texto a un editor en Araoz 14, tercer piso. Leyeron al editor incluyendo el texto en una tirada de antología nacional junto a varios autores de renombre.
Leyendo al tipo, Flaudegger y Durán lo sintieron como si en verdad viviera, y él, el tipo, leyéndose leído por ellos también los sintió así de vivos pero ¿por cuánto tiempo?

 En una tarde relajada en la que el tipo se regocijaba de haber publicado algo, el cuento de Durruti repetía aquel austero final; "sus compañeros de estafas le pidieron que les leyera su cuento publicado. Al terminar la lectura, a los cuatro los mató el haz de luz."

 A Durán le volvió a la mente el accidente de la ruta
- ¿El haz de luz? - Alcanzó a decir.
- Eso la mató - Durrutti alcanzó a contestar.

El haz de luz entró por la ventana y los vació de vida a los tres.

 "Qué mierda rara que resultó esta cosa" pensó el tipo y volvió a su cuento de anoche, cuyas páginas estaban otra vez hechas bollos en el piso, y le aplicó ese final tan pancho, tan frío y tan posible como lo instantáneo.
 ¿Y si presentaba el cuento al lugar señalado por el papel que le dejara su dentista en el hospital? Desplegó el prolijo doblez y leyó: Araoz 14, tercer piso... che ¿Y si terminaban muriendo los lectores? ¿Si terminaba matando a sus amigos al releer ese cuento?
 Puso la última oración ahí nomás y vaciando ruidoso el último mate bien lavado alzó la vista a través de los vidrios de la ventana. Justo para ver una estrella fugaz en plena mañana, un surco de luz blanca y dorada acariciando el cielo.
 Supo que cada instante llega justo; y si alguna luz o un rayo tienen que matar al lector, el haz de luz lo matará ahora.
 

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