viernes, 12 de julio de 2013

Con punto de fuga/Ocheava parte Nace

Después de la cena que prepararon los molinos de viento, los mismos gemelos los invitaron a quedarse en unos cuartos que tenían arriba. Había uno para tres y otro indivudual. Para dársela de escritor el tipo pidió la soledad y a nadie le molestó.
 Se instalaron. Y justo cuando el tipo iba a cerrar la puerta para "sentarse a escribir" o "quedarse dormido", que en este caso iba a ser lo mismo, entró la china con un zapato izquierdo, grande, en la mano.
- Te lo olvidaste en la cocina.- la china hablaba piano y relajada.
 Apoyó el zapato en la mesita donde hasta recién solo descansaban las hojas, las había escritas y en blanco.
- Uy, gracias. - contestó el tipo y cambió de tema -¿Qué pasó al final con el viajecito y las cosas?
 La china sonrió, de repente envuelta en ese aire extraterrestre que tenía aveces; sonaba y se la veía hablar como por fuera de sus conversaciones. Parecía agradecida por algo y lo informó
- El mudito consiguió otro auto para mañana. Las cosas siguen en Córdoba, mañana mismo salimos a su encuentro.
 El tipo se había sentado frente a la mesita y ella se puso al lado.
-¿Te acordás qué te pregunté antes del accidente? - le preguntó paseando la vista por las hojas. El tipo confesó que no recordaba y ella, con unos leves golpes de índice en las hojas escritas, le recordó
- Te pregunté qué leías.
- Es un texto que estoy escribiendo... mañana es posible que esté terminado.
 La china volvió a sonreírse y le pidió ser la primera lectora. "Más vale" concedió el tipo y la besó, tomándole la mano que ella dejara sobre el papel. La mujer amplió su sonrisa, dijo hasta mañana, volvió a besarlo y cerró la puerta tras de sí al salir.
 Una vez solo, sentado frente a las hojas en blanco como oscuros espejos que no podía descifrar, el tipo desesperó un poco. Se puso perceptivo, y notó la atmósfera enrarecida, como si un asecho desconocido de sus sueños tensara la noche como una cuerda.
 Volvió a esa imagen de Flaudegger y Durán, parados al borde de la ruta, el fuego inexplicable que brotaba de su auto dibujaba sinuosas sus siluetas, teñía y diseñaba sus rostros en la noche cerrada y muda ¿Y ahora qué? Tenían que llegar a la ciudad portuaria donde Durruti esperaba su barco... El tipo se mareó, ahí sentado y quieto donde estaba, la incertidumbre lo agitó de tal manera que se sintió como si -con el estómago vacío- acabara de levantarse muy de golpe, después de un largo rato sentado.
 No sabía qué hacer, qué era mejor ¿que lo alcanzaran aún en el puerto?¿que llegaran tarde y tuvieran que tomarse un barco para encontrarlo?¿Valía la pena? Quizás si se le ocurriese un final todo sería más fácil... Mierda, esto ni siquiera es lo que yo quise escribir, no sé cómo se escribe algo así, pensaba el tipo. Entonces un blando desgano le tiró el pecho contra la panza, doblándolo un poco ¡Ah, mirá! Vio la hoja arrugada, esa que él había escrito la misma noche del policial, pero despierto; la pareja teniendo sexo, la carta sin leer, el asesino en el armario. Le entraron ganas de seguirlo, y en paralelo gestó la esperanza de que, si hacía todo como aquella noche, el policial se extendería otras cuarenta y nueve páginas, quizás hasta terminaría.
 Bajó a la cocina a hacerse de mate y termo, subió y se encerró con sus papeles, el mate y esa esperanza que le iba surgiendo, brotando impotente como los bebés, que nacen sin saber a donde; será un hogar burgués hueco y con todas sus seguridades egoístas, serán el hambre o las ruinas de una guerra ¿el pibe qué sabe? Nace.

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