Esa visión fugaz le infundió al tipo una inspiración oscura, le recorrió toda la sangre sembrando un camino de palabras asfixiantes que sellaban la atmósfera de la habitación y la levantaba veinte pisos sobre la nada. En el interior del sobre crujía una tormenta violenta y dentro del armario todo lo despiadado se fundía en una sola forma de asesino que el tipo omitía en su redacción, pero en su mente crecía en nitidez, cada vez más deforme; y sin embargo, cada vez menos humana.
Desde la cama agitada por la pareja, la fluidez de su birome comenzó a gestar un huracán casi convulsivo al borde del colapso, desequilibrio al dente de una fuerza instintiva. Y entonces, desde el fondo del abismo hasta el centro de la cúpula, hubo un instante álgido, un sinuoso veloz trazo de humo y quietud
El huracán se había disipado y ahora los dos miraban el techo, abrazados, meditativos.
Palpitó el riesgo de que se durmieran antes de ver la carta -y entonces el asesino podría actuar tranquilo, tras las sombras del telón que se extiende entre despiertos y dormidos (así como el policial del tipo)-. Pero no, mejor contar que se miraron, que se besaron otra vez, que los dos se rieron en dulce armonía.
- ¿Y vos de que te reís? - le preguntó ella.
- Es que me acordé del cartero corta mambos.
- ¡Yo también!
Mientras se reían él manoteó la carta, rompió el sobre, extrajo la hoja que era todo el contenido y leyó en voz alta, primero con naturalidad, luego con desconcierto y en volumen decreciente.
- Está adentro del armario. Los quiere matar - dejó un quedo silencio seco y cerró su lectura, casi inaudible ahora - Váyanse ahora mismo.
Miraron por sobre sus pies el armario, contra la pared enfrentada a ellos. Sus dos puertas oscuras los increpaban desafiantes...
Aquí se esfumó esa racha de seguridad que se había disparado en la narración del tipo. Sin darse cuenta se había dejado llevar y de repente nada; formulándose preguntas de a mil como antes, terminando el termo y haciendo bailar la lapicera en el aire (sin animarse a volver al papel), fue quedándose dormido, se durmió.
Al despertar, muy temprano, escuchó el canto de un pájaro que lo alegró como un buen augurio. Miró sus papeles y descubrió otra vez todos llenos. Anoche había llenado cuatro carillas con su cuento, así que el policial que nacía de sus sueños tenía cuarenta y ocho hojas nuevas. Bajó a renovar el mate y volvió a su habitación para leer.
Desde la cama agitada por la pareja, la fluidez de su birome comenzó a gestar un huracán casi convulsivo al borde del colapso, desequilibrio al dente de una fuerza instintiva. Y entonces, desde el fondo del abismo hasta el centro de la cúpula, hubo un instante álgido, un sinuoso veloz trazo de humo y quietud
El huracán se había disipado y ahora los dos miraban el techo, abrazados, meditativos.
Palpitó el riesgo de que se durmieran antes de ver la carta -y entonces el asesino podría actuar tranquilo, tras las sombras del telón que se extiende entre despiertos y dormidos (así como el policial del tipo)-. Pero no, mejor contar que se miraron, que se besaron otra vez, que los dos se rieron en dulce armonía.
- ¿Y vos de que te reís? - le preguntó ella.
- Es que me acordé del cartero corta mambos.
- ¡Yo también!
Mientras se reían él manoteó la carta, rompió el sobre, extrajo la hoja que era todo el contenido y leyó en voz alta, primero con naturalidad, luego con desconcierto y en volumen decreciente.
- Está adentro del armario. Los quiere matar - dejó un quedo silencio seco y cerró su lectura, casi inaudible ahora - Váyanse ahora mismo.
Miraron por sobre sus pies el armario, contra la pared enfrentada a ellos. Sus dos puertas oscuras los increpaban desafiantes...
Aquí se esfumó esa racha de seguridad que se había disparado en la narración del tipo. Sin darse cuenta se había dejado llevar y de repente nada; formulándose preguntas de a mil como antes, terminando el termo y haciendo bailar la lapicera en el aire (sin animarse a volver al papel), fue quedándose dormido, se durmió.
Al despertar, muy temprano, escuchó el canto de un pájaro que lo alegró como un buen augurio. Miró sus papeles y descubrió otra vez todos llenos. Anoche había llenado cuatro carillas con su cuento, así que el policial que nacía de sus sueños tenía cuarenta y ocho hojas nuevas. Bajó a renovar el mate y volvió a su habitación para leer.
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