martes, 28 de mayo de 2013

Con punto de fuga /Segunda parte

 Afuera los esperaba un peugeot 206 blanco, se metieron en los asientos de atrás y el tuerto, que iba de copiloto, los recibió también sonriendo.
- ¡Salió todo de diez, papá! - comentó y le pasó al tipo, que seguía con sus hojas en la mano, un 38. El convidado guardó el fierro en la cintura, y recién entonces el mudito, como era de esperar, no dijo nada y aceleró el coche.
 Fueron trasponiendo ciudad y suburbios, charlando sobre los resultados del fútbol y la política, y ya sobre el final, algo de literatura-cine; La Naranja Mecánica, etc.
 Por la ruta, en el punto donde los edificios cambian por la llanura sembrada y donde se ve más ganado que gente, los cuatro se dedicaron a mirar el silencio.
 El tipo se puso a leer esas páginas misteriosamente aparecidas tras sus sueños. Lo que en ellas encontró fue inquietante; más por inesperado, que por peculiar: Era un policial aburrido y predecible en su estructura, aunque en varios pasajes dejaba guiños hacia posibles desenvolturas de un mundo fantástico, amenazando con explotar y arrasar con toda la insípida racionalidad con que la narración se iba dando.
 Si bien no estaba ni un poco fascinado por lo que leía, lamentaba tener que admitir que era lo mejor que había escrito, pero... ¿lo había escrito él?
 Al rato el mudito conectó su teléfono al auto y se puso a buscar entre su música algún disco.
 -Mandá uno de los Redondos - le pidió el tuerto mechando el porro que había armado prodigiosamente a pesar del movimiento del auto.
 - Eeso, dale. Quiero escuchar al indio. - reforzó la propuesta el tipo, que terminaba su lectura cuando lo interpelaban.
-¿Qué leés? - le preguntó la china. Pero antes de que llegara respuesta, mientras empezaba a sonar 'Un baion para el ojo idiota' y el mudito devolvía la vista al camino y el tuerto fumaba mirando el cielo, se cruzó una vaca casi huesuda, muy cerca. El mudo tuvo que volantear y volcaron, dieron una primera vuelta que reventó todos los vidrios, ahora destellos cortantes en el aire, y terminaron a mitad de la segunda vuelta, con el auto patas arriba.
 - Por lo menos no nos la dimos con la vaca - flashó el tuerto, cagándose de risa solo, escupiendo sangre.
 El policial estaba incompleto, y en la última escena escrita un auto chocaba y se incendiaba "Sería un garrón que pase lo mismo" pensó el tipo, se arrastró afuera sin soltar sus papeles todavía, y descubrió que no podía incorporarse; no sentía nada debajo de la cintura, ni siquiera el frío caño ahí resguardado contra su piel. Perdió el conocimiento.
 El tuerto estaba en la misma de la cintura para abajo, pero él, sin salir del auto, pensó "Cagué, no se me para más" y recién ahí perdió el conocimiento.
 Flaudegger y Durán, accidentados en su Ford T '35 volcaron en una maniobra brusca también, pero producto -no de una diurna vaca repentina-, sino de una nocturna luz cegadora que se les venía encima de frente a la velocidad de un tren bala, y producía un efecto en el aire como si los colores vibraran.
 Todavía sonando Masacre en el Puticlub.

martes, 21 de mayo de 2013

Con punto de fuga/ Primera parte FIJATE QUE SIGUE CHE


(primera parte)
El tipo se sentó frente a la mesa de la cocina con el termo y el mate. Ahí lo esperaba un pilón de hojas en blanco, una birome y una pregunta que él prefería dejar siempre en esa mesa, porque si la llevaba a todos lados lo iba a terminar matando: ¿Cómo mierda se escribe una novela? Pregunta jodida que a veces mutaba en ¿Cómo mierda se escribe una buena novela en el siglo XXI? Y cuando así se convertía el tipo prefería contenerla, la devolvía a su forma anterior. Echarle la culpa de su permanente fracaso novelístico a una cuestión generacional o de época era ridículo, irresponsable. Si él quería escribir una novela era cosa suya y listo.
 Eran las tres de la mañana ¿qué necesidad de un mate a esa hora? Es que había que ser muy argentino para dar con su gran novela; o muy uruguayo, no sé.
  Después de sentir en el estómago el vértigo de la hoja en blanco, terminando el primer mate decidió dejarse llevar por la situación y se largó a describir los sonidos que atravesaban las finas paredes del chorizo donde vivía. Escuchaba un ir y venir chirriando, una suerte de rebotes, dos respiraciones agitadas y ocasionales entusiasmados gemidos de mujer. Era la pareja de al lado cogiendo, y esa certeza tan contundente lo frenó a mitad de la primera carilla, cuando ya no quedaba nada más para decir de los ruidos. Ahora bien, tenía que profundizar en un personaje, se olvidó de su decisión de dejarse llevar y empezó a pensar ¿en cuál? ¿en ella? ¿en él? ¿en el que escuchaba? Podía meterles un loco en el armario que quisiera matarlos. Podían matarlo ellos a él y seguir garchando también, pero no lo convenció la idea.
 Dejarse llevar no es algo que se decida, tiene que pasar nomás, pero andá a decírselo a este tipo, estaba empecinado. Y otra vez decidió dejarse llevar, escribió: Un cartero golpeó la puerta de los amantes y tuvieron que detenerse, muy a su pesar.
 ¿Qué mensaje traía un cartero en un momento así? Mientras se vaciaba el termo el tipo maquinaba y se iba doblando sobre las hojas, avanzando lento. El cartero traía una noticia trágica, secreta, que había que ir revelando progresivamente en el primer capítulo, se anotó eso. Sin más, de acá y allá, el tipo se durmió antes de terminar la primera página.
 Despertó al mediodía con el timbre. Despertó recordando el final de la conversación que había tenido con su dentista la última vez que lo había visitado, hacía años.
- Mirá por la ventana – le había dicho su dentista pelado y redondo - ¿Qué ves?
 El tipo miró el balcón en frente, la calle, las palomas en una antena y enumeró sintético
- Casas, plantas y animales; autos; gente – evitaba especificidad porque intuía por dónde venía el planteo y así como lo esperaba el dentista fue contundente
- Bueno – le cortó la lista – yo pienso que las construcciones se van a derrumbar, los autos y esas cosas se van a destruir y los seres, todos, van a morir – planteó sonriendo y luego concluyó –Así todo termina su ciclo un día, y así la humanidad, y hasta la Tierra, terminarán por ser solo una anécdota. Y eso hasta que solo quede el olvido.
- ¿Y eso qué tiene que ver con el capitalismo? – preguntó el tipo tratando de recuperar el derrotero original de la charla.
- Es que siento que si las cosas están mal no es culpa de un sistema económico, sino de algo más profundo, casi inconsciente o irremediable. La angustia colectiva de sabernos tan insignificantes...
 Y terminó riendo.
 Timbre de nuevo. El tipo pensó que esa charla con el dentista podía ser un buen diálogo entre el asesino del armario y la pareja de su escrito.
 Quien fuera se quedó pegado al timbre, instalándolo de batifondo continuo.
- ¡Ahí voy, che! – gritó el tipo y tomó la birome para hacerse un recordatorio al margen, sobre el diálogo que acababa de recordar. Pero encontró que su primera página incompleta no estaba. En su lugar quedaban las otras cuarenta y nueve hojas del bloc que había comprado ayer. Todas llenas con su propia caligrafía ¿Cuándo pasó esto? Se preguntó. Y en un ligero vistazo leyó dos apellidos, en esas hojas de las que dudosamente podría decirse autor, Flaudegger y Durán. O podía ser un raro apellido compuesto.
 El timbre no paraba. Dejó la birome, fue rápido hasta la puerta y abrió.
 Era la china con un vestido nuevo y un bombín: con su sonrisa despierta y su mirada alegre. La besó con fuego, de buen ánimo sorprendido.
- ¡Ya está todo!- dijo ella.
- ¿Sí? – se asombró más, ya incrédulo, el tipo.
- ¡Sí! Dale, vamos.
 Atropellado volvió y agarró todo el pilón de hojas, inexplicablemente llenas de su tinta. Vio un bollo de papel en el piso, lo estiró y comprobó que era lo que había escrito anoche.
- ¿Tenés birome?
- Sí.
- Joya, porque ésta es una cagada.
 Tiró la lapicera a la bacha, dejó su recurrente pregunta en la mesa, y sin más preparativos salieron corriendo.