sábado, 8 de junio de 2013

Con punto de fuga /Tercera parte vencida

 El tipo y el tuerto despertaron al día siguiente en el hospital. Ambos se sentían espléndidos, re piola.
- Eh, tuerto - lo llamó - ¿Ves el pelado ese en el pasillo?
- ¿Redondito?
- Sé.
- Es mi dentista.
 El tuerto medio que lo miró frunciendo el seño.
- ... ¿tu dentista? - dijo como para sí. Y un segundo después, mientras el viento zarandeaba los cordones de unos zapatos apoyados en el marco de la ventana, recordó - ¡Ah! El charleta filosófico.
 El tipo asintió - Claro. Flor de charleta nos mandamos con el loco.
 - Sí, sí. Nos contaste... hablaban del capitalismo y no sé qué boludeces. - le tiró el tuerto.
 El tipo se mordió el labio y lo bardeó con la respuesta - ¿qué boludeces, gil? - y con gesto de aclarador le aclaró - Además ustedes no escucharon el final de la charla; la parte más interesante.

 El dentista entró en la habitación.
- Buenas tardes - saludó inclinando un poco su calvicie.
- Buenas - contestó el tipo, y automáticamente, sin querer,  el tuerto preguntó señalando los zapatos en la ventana - ¿Qué hace eso ahí?
 De inmediato entraron dos colaboradores del dentista, que los sacaron de la habitación en sus camillas con ruedas, en las que ellos seguían acostados. Cruzaron el pasillo y los metieron en la sala de máquinas; donde el dentista ya los esperaba rascándose la pera.
 Los colaboradores se sentaron a jugar al poquer, usando el tablero de control de la caldera como mesa. No hablaban, solo movían las cartas y los porotos que apostaban.
 El dentista interrogó al tipo - ¿Seguís escribiendo?
- Sí... algo así - contestó el tipo, mientras el dentista le dejaba encima un papel doblado con prolijidad.
- Tomá, andá ahí. Están buscando un escritor. - comentó y se dispuso a salir, pero antes se paró en seco, porque le preguntaban:
- ¿Y la china y el mudo?
- Uh - se lamentó el dentista - Para eso vas a tener que vencer a los molinos de viento - Y riéndose, se fue, mirando todos los vértices de la sala.

 Buscar un escritor. El papel que el tipo tenía sobre el pecho (porque estuvieron todo el tiempo acostados) decía dónde buscaban un escritor. Eso le recordó al tipo las hojas que traía consigo en el auto. Esas hojas donde también había un auto. El auto del policial, el Ford T, solo tenía dos viajeros, un detective y el conductor era su asistente, Flaudegger y Durán, ellos también buscaban a un escritor. Esta segunda coincidencia sorprendió al tipo, aunque no era tan coincidencia; porque en el policial buscaban a un escritor en específico. Se llamaba Durrutti o podía ser un anarquista que usara ese seudónimo, no estaba claro pero de cualquier forma su testimonio era vital para resolver el caso. En cambio el tipo imaginaba en este nuevo papel una dirección, en la que buscaban alguien como él mismo, para uno de sus "laburitos".
 Una enfermera entró a la sala de máquinas a fumar un cigarrillo.
- Disculpá - la interceptó el tipo -, cuando me accidenté traía unas hojas ¿usted no...
- Abajo de la almohada - lo anticipó la enfermera exhalando el humo que acolchonaba su voz entre las palabras.
 Tal cual, bajo la almohada estaban las cincuenta hojas, a las que adosó, sin desdoblarlo, el papel que le había dado el dentista; cincuenta y una. Quería esperar al momento indicado para ver su contenido.
 Agradecieron a la enfermera y salieron del cuarto de máquinas.
- ¿Qué habrá pasado con los otros dos, eh?
- Busquémoslos por el hospital. Nos vemos en la puerta en media hora ¿dale?
- Vale, tío.

2 comentarios: