(primera parte)
El tipo se sentó frente a la mesa de la cocina con el termo y el mate. Ahí lo esperaba un pilón de hojas en blanco, una birome y una pregunta que él prefería dejar siempre en esa mesa, porque si la llevaba a todos lados lo iba a terminar matando: ¿Cómo mierda se escribe una novela? Pregunta jodida que a veces mutaba en ¿Cómo mierda se escribe una buena novela en el siglo XXI? Y cuando así se convertía el tipo prefería contenerla, la devolvía a su forma anterior. Echarle la culpa de su permanente fracaso novelístico a una cuestión generacional o de época era ridículo, irresponsable. Si él quería escribir una novela era cosa suya y listo.
El tipo se sentó frente a la mesa de la cocina con el termo y el mate. Ahí lo esperaba un pilón de hojas en blanco, una birome y una pregunta que él prefería dejar siempre en esa mesa, porque si la llevaba a todos lados lo iba a terminar matando: ¿Cómo mierda se escribe una novela? Pregunta jodida que a veces mutaba en ¿Cómo mierda se escribe una buena novela en el siglo XXI? Y cuando así se convertía el tipo prefería contenerla, la devolvía a su forma anterior. Echarle la culpa de su permanente fracaso novelístico a una cuestión generacional o de época era ridículo, irresponsable. Si él quería escribir una novela era cosa suya y listo.
Eran las tres de la
mañana ¿qué necesidad de un mate a esa hora? Es que había que ser muy argentino
para dar con su gran novela; o muy uruguayo, no sé.
Después de sentir en el estómago el vértigo de
la hoja en blanco, terminando el primer mate decidió dejarse llevar por la
situación y se largó a describir los sonidos que atravesaban las finas paredes
del chorizo donde vivía. Escuchaba un ir y venir chirriando, una suerte de
rebotes, dos respiraciones agitadas y ocasionales entusiasmados gemidos de
mujer. Era la pareja de al lado cogiendo, y esa certeza tan contundente lo
frenó a mitad de la primera carilla, cuando ya no quedaba nada más para decir
de los ruidos. Ahora bien, tenía que profundizar en un personaje, se olvidó de
su decisión de dejarse llevar y empezó a pensar ¿en cuál? ¿en ella? ¿en él? ¿en
el que escuchaba? Podía meterles un loco en el armario que quisiera matarlos.
Podían matarlo ellos a él y seguir garchando también, pero no lo convenció la
idea.
Dejarse llevar no es
algo que se decida, tiene que pasar nomás, pero andá a decírselo a este tipo,
estaba empecinado. Y otra vez decidió dejarse llevar, escribió: Un cartero
golpeó la puerta de los amantes y tuvieron que detenerse, muy a su pesar.
¿Qué mensaje traía un cartero en un momento así? Mientras se vaciaba el termo el tipo maquinaba y se iba doblando sobre las hojas, avanzando lento. El cartero traía una noticia trágica, secreta, que había que ir revelando progresivamente en el primer capítulo, se anotó eso. Sin más, de acá y allá, el tipo se durmió antes de terminar la primera página.
¿Qué mensaje traía un cartero en un momento así? Mientras se vaciaba el termo el tipo maquinaba y se iba doblando sobre las hojas, avanzando lento. El cartero traía una noticia trágica, secreta, que había que ir revelando progresivamente en el primer capítulo, se anotó eso. Sin más, de acá y allá, el tipo se durmió antes de terminar la primera página.
Despertó al mediodía
con el timbre. Despertó recordando el final de la conversación que había tenido
con su dentista la última vez que lo había visitado, hacía años.
- Mirá por la ventana – le había dicho su dentista pelado y redondo - ¿Qué ves?
El tipo miró el balcón en frente, la calle, las palomas en una antena y enumeró sintético
- Casas, plantas y animales; autos; gente – evitaba especificidad porque intuía por dónde venía el planteo y así como lo esperaba el dentista fue contundente
- Bueno – le cortó la lista – yo pienso que las construcciones se van a derrumbar, los autos y esas cosas se van a destruir y los seres, todos, van a morir – planteó sonriendo y luego concluyó –Así todo termina su ciclo un día, y así la humanidad, y hasta la Tierra, terminarán por ser solo una anécdota. Y eso hasta que solo quede el olvido.
- ¿Y eso qué tiene que ver con el capitalismo? – preguntó el tipo tratando de recuperar el derrotero original de la charla.
- Es que siento que si las cosas están mal no es culpa de un sistema económico, sino de algo más profundo, casi inconsciente o irremediable. La angustia colectiva de sabernos tan insignificantes...
- Mirá por la ventana – le había dicho su dentista pelado y redondo - ¿Qué ves?
El tipo miró el balcón en frente, la calle, las palomas en una antena y enumeró sintético
- Casas, plantas y animales; autos; gente – evitaba especificidad porque intuía por dónde venía el planteo y así como lo esperaba el dentista fue contundente
- Bueno – le cortó la lista – yo pienso que las construcciones se van a derrumbar, los autos y esas cosas se van a destruir y los seres, todos, van a morir – planteó sonriendo y luego concluyó –Así todo termina su ciclo un día, y así la humanidad, y hasta la Tierra, terminarán por ser solo una anécdota. Y eso hasta que solo quede el olvido.
- ¿Y eso qué tiene que ver con el capitalismo? – preguntó el tipo tratando de recuperar el derrotero original de la charla.
- Es que siento que si las cosas están mal no es culpa de un sistema económico, sino de algo más profundo, casi inconsciente o irremediable. La angustia colectiva de sabernos tan insignificantes...
Y terminó riendo.
Timbre de nuevo. El
tipo pensó que esa charla con el dentista podía ser un buen diálogo entre el
asesino del armario y la pareja de su escrito.
Quien fuera se quedó
pegado al timbre, instalándolo de batifondo continuo.
- ¡Ahí voy, che! – gritó el tipo y tomó la birome para hacerse un recordatorio al margen, sobre el diálogo que acababa de recordar. Pero encontró que su primera página incompleta no estaba. En su lugar quedaban las otras cuarenta y nueve hojas del bloc que había comprado ayer. Todas llenas con su propia caligrafía ¿Cuándo pasó esto? Se preguntó. Y en un ligero vistazo leyó dos apellidos, en esas hojas de las que dudosamente podría decirse autor, Flaudegger y Durán. O podía ser un raro apellido compuesto.
- ¡Ahí voy, che! – gritó el tipo y tomó la birome para hacerse un recordatorio al margen, sobre el diálogo que acababa de recordar. Pero encontró que su primera página incompleta no estaba. En su lugar quedaban las otras cuarenta y nueve hojas del bloc que había comprado ayer. Todas llenas con su propia caligrafía ¿Cuándo pasó esto? Se preguntó. Y en un ligero vistazo leyó dos apellidos, en esas hojas de las que dudosamente podría decirse autor, Flaudegger y Durán. O podía ser un raro apellido compuesto.
El timbre no paraba.
Dejó la birome, fue rápido hasta la puerta y abrió.
Era la china con un vestido nuevo y un bombín: con su sonrisa despierta y su mirada alegre. La besó con fuego, de buen ánimo sorprendido.
Era la china con un vestido nuevo y un bombín: con su sonrisa despierta y su mirada alegre. La besó con fuego, de buen ánimo sorprendido.
- ¡Ya está todo!- dijo ella.
- ¿Sí? – se asombró más, ya incrédulo, el tipo.
- ¡Sí! Dale, vamos.
Atropellado volvió y
agarró todo el pilón de hojas, inexplicablemente llenas de su tinta. Vio un
bollo de papel en el piso, lo estiró y comprobó que era lo que había escrito
anoche.
- ¿Tenés birome?
- Sí.
- Joya, porque ésta es una cagada.
Tiró la lapicera a la
bacha, dejó su recurrente pregunta en la mesa, y sin más preparativos salieron
corriendo.
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